Muere el premio Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez el jueves 17 en Ciudad de México a los 87 años de edad. Una de las grandes voces del Realismo mágico hispanoamericano con su novela “Cien años de Soledad”. Nos deja una notable herencia a través de una fecunda obra. Adios García Márquez…, siempre nos quedará Macondo.
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre
lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte
casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas
diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y
enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas
cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con
el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos
desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea y con un grande
alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos.
Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y
manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una
truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava
maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa
arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver
que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su
sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y
tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde
hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado y se
arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de
Melquíades. “Las cosas tienen vida propia -pregonaba el gitano con
áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.” José Arcadio
Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que la
magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para
desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado,
le previno: “Para eso no sirve.” Pero José Arcadio Buendía no creía en
aquél tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una
partida de chivos por los dos lingotes imantados… Exploró palmo a palmo
la región, inclusive el fondo del río, arrastrando en voz alta el
conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura
del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido cuyo
interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de
piedras…"
Fragmento “Cien Años de Soledad”
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